sábado, febrero 10, 2007

¿Te conté como conocí a Edie Lynch, Miss Wen y Sit-boy?

Fue en un tren entre Washington y New York.

Había ido unos días a Washington, porque me enteré de que estaba Luciana, la hermana de Tona, mi cuñada, que había venido de Brasil para atender a su vieja amiga de Sao Paulo, Marlene, después de una delicada operación.

Marlene, no quiso que la viera, “con estos pelos” y con estos años... habrá pensado. No nos veíamos desde... no sé, hacía muchos años, desde nuestras vacaciones en Río de Janeiro cuando éramos adolescentes, aunque creo habernos encontrado en alguna ocasión, seguramente en Málaga, no recuerdo cuándo. Sabía que trabajaba desde hacía años en la embajada de Brasil.


Con Luciana aprovechamos para hacer un poco de turismo. Fuimos claro, a la Central Station tantas veces recomendada, los monumentos famosos, el obelisco, la Casa Blanca y lo que es de rigor ver en la capital lo vimos en un paseo en bus turístico. Visitamos algunas galerías de arte y hasta dimos una vuelta por el cementerio de Arlington y Georgetown.
La llevaba hasta el apartamento de Marlene en el impecable (subterráneo) metropolitano y me iba a mi hotel.

Después de unos días volví a N.Y. Salí del hotel camino de la estación ferroviaria; la Central Station, un imponente edificio que no es una estación, como tantas otras con algunos comercios, sino un súper shopping, lo que dicen en EEUU un “mall”: restaurantes, hoteles, galerías de arte, cines, teatros, elegantes tiendas de marcas de todo tipo, central de comunicaciones, etc., etc., y “además”, estación ferroviaria, que es lo que menos se ve por estar en el subsuelo.
Iba pensando, junto a lo rememorado esos días con Luciana de nuestra vida en Brasil tanto tiempo atrás, que casualmente era el dia seis de septiembre, al siguiente, siete, jornada festiva de Brasil, el grito de Ipiranga, día de la independencia.

Me acomodé en un vagón totalmente vacío, al poco de salir de la estación, dejé mi equipaje, una mochilita de cuero encima del asiento, y me fui a fumar, entre vagones, sin perder de vista mi lugar.
Paró en la primera estación, no recuerdo el nombre.
Entró una señora elegantemente vestida de blanco y eligió, a pesar de que el vagón continuaba vacío, el asiento que acababa de dejar.
Que casualidad -pensé – se acomodó en el único lugar donde había alguien. Será mucho mejor el viaje, aunque no es muy largo, y así podré practicar conversación con una nativa. Tenía algo para leer, pero prefería probar a conversar. Apagué el cigarrillo, y entré en el vagón.
.
Mi inglés era malísimo, lo sabia, y así se lo dije, a lo que ella contestó que había encontrado a la persona y el lugar ideal para practicar, pues los viajes en tren pueden ser fastidiosos y largos si no se tiene un libro interesante o alguien para conversar. Me senté aquí justamente porque vi la mochila y pensé -continuó diciendo-que una mochila corresponde a una persona joven, y no me equivoqué-, dijo esto entre sonrisas picarescas, -y no tengo un libro interesante- remató.
Parecía transmisión de pensamiento, pues acababa de pensar.
Ya de entrada sin entenderle demasiado, pero lo suficiente, me cayó muy bien y me dio ánimo para seguir hablando haciéndome sentir cómodo..
Me presenté formalmente; “my name is ...y ella también lo hizo de la misma manera, riéndonos otra vez por esa formalidad fingida.

A medida que el tren corría hacia New York, nos fuimos enterando quienes éramos y lo que hacíamos, de dónde veníamos, en que nos ocupábamos, etc., etc.
Ella me dijo que venia de la casa de su hija, y volvía a su apartamento en Manhattan.
.Yo le comenté que estaba de visita en EEUU, que trabajaba con un escultor y que estaba viendo las posibilidades de establecernos en Miami, que tenía un hijo, Cris, nacido en Brasil que estudiaba en la Universidad de Massachussets en Amherst, aunque estos días de visita en New York paraba en el apartamento de unos sobrinos argentinos que estudiaban allí, en Manhattan. Tenía-le dije- otro hijo, Nick el menor, que había nacido en Buenos Aires y vivía allí.
Continué relatándole que era español de nacimiento, con muchos años de residencia en Argentina. ( Mis padres con seis hijos se habían exiliado a raíz de la guerra “in-civil española” en Buenos Aires, de donde era oriunda mi madre), viviendo actualmente en España desde el año 1977, cuando la dictadura de Videla, - recalqué- exiliándome en mi propia tierra.
Nos dimos nuestras respectivas direcciones comprobando que estábamos a pocas manzanas de diferencia.
Otra casualidad.
Era una mujer hermosa, de unos 45 años, refinada y culta, con quizás dos gotas de sangre negra, que fue lo que más me gustó.
Muchas veces para entendernos mejor ella buscaba sinónimos y a mi pedido escribía palabras o frases en unas hojitas de un anotador, de esa manera percibí que era una mujer cultivada, inteligente, quizás universitaria.
Me había dado cuenta en encuentros anteriores, en varios viajes largos en tren, que el americano medio con que tropiezas y pretendes entablar una conversación o solicitas una información, su respuesta depende en gran medida de su cultura. Hubo quien me dijo al preguntar por los servicios, el baño, en una estación de tren: - yo no soy empleado de información, diríjase a la ventanilla correspondiente- eso fue el colmo.
Para hacerse entender, una persona medianamente culta, se molestará en buscar si es que lo sabe, sinónimos de una palabra o cambiará la frase, o usará otros medios como escribir, que siendo mas trabajoso es lo ideal, mas aún si se desconoce la pronunciación americana, de esa manera se pueden buscar las palabras escritas en un diccionario.
Estuvimos hablando y escribiendo, amigablemente, como si nos conociéramos de mucho tiempo, y sin darnos cuenta llegamos a New York.
Del paisaje y de las estaciones intermedias no tenía ni idea, tan compenetrado estaba en la charla. Ella se sorprendió de lo rápido que habíamos llegado. Había sido un viaje muy entretenido.
Así me enteré que hacia diseño de joyería, y que anteriormente había sido actriz y productora cinematográfica y como yo también, había hecho fotografía, inclusive editado un libro con fotos de Jamaica, paisajes y sobretodo gente, niños en su ambiente rural.
Me agradó la sensibilidad que mostró al referirse del cariño que había tomado a los niños jamaicanos, en múltiples viajes a la isla, sobretodo de un determinado lugar llamado Roaring River, donde había realizado la mayor parte de sus fotografías. Yo había sentido algo parecido con los niños negros de Brasil.
Hablamos de Jamaica, y de Brasil, no del turista blanco que pretende otra forma de esclavitud, sino de su gente nacidos en esa tierra tropical, descendientes de esclavos, empobrecida, pero cálida como el clima.
También supe que era divorciada, su ex era un famoso abogado blanco-recalcó-, y tenía dos hijos, la mayor, con un hijo pequeño Cary, que acababa de visitar y un hijo que enamorado de la música brasileña, hacía dos años se había ido a vivir a Rio de Janeiro y además de hacer música daba clases de inglés.
Al mencionar Rio, le conté de mi vida allí. Y que aunque ahora estaba divorciado, me había casado en aquélla ciudad y había nacido nuestro primer hijo.
Teníamos dos hijos mas o menos de la misma edad. Con educación y gustos parecidos. De alguna manera teníamos cosas en común Como supuse era universitaria, formándose en Ohio, -donde había nacido- y en arte en la New York University.

Empezaba a gustarme las casualidades del encuentro y la cierta similitud de nuestras vidas.
Establecíamos los “lazos”, como le decía el zorro a El Principito, para empezar una amistad.

Cuando estábamos llegando decidimos tomar un taxi, pues vivía como habíamos constatado a pocas cuadras de donde me hospedaba, la casa de mis sobrinos, ella bajaría antes y yo continuaría un poco más.
Quedamos en encontrarnos en su apartamento al día siguiente, a la hora del “lunch”.
El taxi paró delante de una marquesina verde, típica de apartamentos distinguidos de la ciudad, en donde se leía el número y la calle. En cuanto bajó, vino el portero a saludarla ayudándole con el bolso que traía.

Al día siguiente por la mañana, con ayuda de mi sobrina que la llamó por teléfono, quedamos en vernos al mediodía, a las doce en su apartamento.
Al llegar, después de preguntar por la señora Edie Lynch, el portero me indicó, -por el tratamiento, supuse que estaba avisado que vendría-, el piso, acompañándome hasta el ascensor, abriendo y cerrando la puerta.
Al llegar, Edie me esperaba con la puerta abierta, rogó que me sentara en el living y me dijo que esperar un ratito, estaba atendiendo a una clienta con los últimos detalles de un diseño.

A los quince minutos volvió pidiéndome disculpas, y rogando que tuviera paciencia, que aun estaría mas tiempo con la clienta.
Al poco rato volvió otra vez y, sin más preámbulos, me hizo entrar en la habitación contigua, su taller. Me presento a la clienta, que resultó ser una hermosa y elegante mujer oriental. Me comentó que estaban ultimando el diseño de una joya y que dudaban en la composición de ciertas piedras.
Me quedó sorprendido al ver encima de la mesa, sobre unos paños negros, una variedad de piedras duras de distintos tamaños o quilates, esmeraldas, rubíes, amatistas, etc.
El asunto era equilibrar los colores de las piedras en un gran broche rectangular. Di una opinión en silencio, agarré dos piedras, dos rubíes que coloqué en la diagonal del broche. Inmediatamente aceptaron como la mejor solución, aplaudiendo y riéndose por haber terminado felizmente con el diseño que se resistía.
Acompañó a la clienta hasta la puerta, dejándome solo con todas aquellas piedritas al alcance de la mano. Me sorprendió, pero con ese gesto percibí, que pese a lo poco que nos conocíamos me trataba como a un amigo de confianza.

Volvió disculpándose mil veces por haberme dejado, pero contenta con mi intervención, mientras comentaba que la clienta gastaba mucho dinero en joyas, y aunque este broche le resultaba un poco ostentoso aunque sabía que ese era el gusto de la señora china. Me dijo lo que le cobraría, poco de mano de obra, el diseño era muy simple, pero mucho por las “piedritas”, no recuerdo con exactitud, pero era una cifra con varios ceros.

Mientras ordenaba y guardaba las joyas, me dijo algo que no entendí, inmediatamente, y siguiendo nuestra costumbre me escribió en una hojita del anotador que llevaba y aun conservo, lo siguiente:
“You are my guest for lunch, I appreciate your patience”
Eres mi invitado para el lunch, valoro tu paciencia – leí.
Había pasado más de una hora desde que llegué hasta que terminamos el diseño.
Una semana después llevamos el broche a la clienta, no a su casa, sino a la clase de violín de uno de sus hijos en el barrio de Brooklyn. En esa ocasión pidió un taxi y me explicó porqué ya no tenía auto, ni conducía más; su hermana menor había muerto en un accidente, y fue entonces cuando dejó de conducir.

Fuimos a un local, donde se notaba que era una clienta habitual pues las camareras la saludaban por su nombre.
Un pequeño y elegante restaurante: Sarabeth’s Kitchen, cerca de su casa, en Amsterdam Avenue. Me contó sobre la dueña que conocía de mucho tiempo, cuando empezó y tenia un pequeño bar donde servía comidas y como al cabo de algunos años había conseguido abrir dos lujosos restaurantes, además de éste, en Madison Ave.
Pidió un par de copas de champan y encargó una sopa de “terciopelo de tomates”, -entendí- era “velvet tomato soup”.
Una suavísima sopa de tomate, aún más sabrosa con las siguientes copas de champan.
Mientras tanto conversábamos a nuestro estilo llenando innumerables servilletas con su ágil escritura.
Sé que después de la sopa comimos algo más, usando tenedor y cuchillo, es el recuerdo de un gesto, luego, una sensación de algo dulce, un postre, seguramente applepie con crema batida. La amena conversación y la simpatía que irradiaba Edie, hicieron que todo, además del ir y venir de las camareras, los clientes de otras mesas, los ruidos del lugar, quedase como amortiguados y apenas dejaron un débil recuerdo, una simple sensación, como un flotar.
No era la primera vez que estaba en N.Y., y sobretodo Manhattan la había recorrido exhaustivamente, paseado en el Central Park con nieve, o en alguna tarde de caluroso verano, en las orillas de río Hudson, en Harlem, y cruzando puentes, Brooklyn o Forest Hill, y sabía, como acontece en las grandes ciudades de la imposibilidad, de encontrarse con la misma persona, que fugazmente ves en la calle, mas de una vez.
En Barcelona, o Sevilla era otra cosa, ciudades relativamente pequeñas, sea en Las Ramblas paseo tradicional del centro, o en el barrio de Santa Cruz, podía darse esa casualidad.

Por eso, estar ahora con esa mujer, que había conocido en un tren, apenas unas horas antes, que vivíamos tan cerca, y que nos entendíamos tan bien, como si hiciera años de salir juntos, me parecía como un sueño. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien con una persona.
Volvimos a su apartamento dando unas vueltas por el barrio enseñándome algunos edificios notables, un árbol con ramas caprichosas, algún detalle en una fachada...
Ya en su casa me mostró sus fotografías, regalándome uno de sus libros con fotografías de Jamaica. Después en el taller la colección de pequeñas joyas que diseñaba representando a criaturas que había inventado, recreando personajes ficticios, aunque típicos de NY, como Wendy y su perro Sit boy.

En el estuche de cada personaje había una explicación jocosa sobre el mismo. El de Wendy decía así:

Wendy es una mujer elegantemente vestida, pero con zapatillas/ abotinadas de deporte, que lleva a pasear a su mimado perrito al Central Park, donde toma baños de sol. En un bolso que lleva colgado sobresale un biberón, con bebida refrescante para su mascota.
La joya de tipo broche, de unos 5 centímetros, de alto en oro o platino, con pequeños brillantes en los ojos, y rubíes y otras piedras en los adornos del bolso, el collar y la correa del perrito.

El que más me gustó fue el de Wendy, y Sit-boy que años más tarde represente en un batik, del cual incluyo copia.
También esta copiada la explicación del personaje.
( ver fotografías más abajo)




“Wendy la caprichosa”, habla rápida y frenéticamente y sale como un rayo .Adora hablar de “esto y aquello” y puede hacerse pasar por muchos caracteres enloquecidos. Ella no tiene paciencia para elegir ropa pero le encanta todo, por eso mismo. En la reunión de la última noche, se puso un vestido de fiesta con brillantes zapatillas de tenis
Sit-boy, el perro, finalmente sale, pero en el paseo de la tarde puede re-programar la gran carrera a toda velocidad de la mañana.
Pero no hay problema, Sit-boy y “Miss Wen” se entienden perfectamente. Él esta atentamente vigilante mientras ella se da un baño de sol en el Central Park. Y para premiarlo lleva una mamadera con jugo refrescante en su bolso.
Solamente en New York City.



Continuamos viéndonos a diario. Al mediodía comíamos en restaurantes de todo tipo, después de haber caminado y paseado por la ciudad, por las noches pedíamos pizza o comida china en su apartamento. La relación se había hecho más íntima.
Yo había programado un curso intensivo de inglés en Boston, y después tenía asuntos pendientes en Miami.
El curso duró un mes, luego pasé unos días con mi hijo Cris en Amherst, y de camino a Miami, me quedé una semana con Edie en New York. No quiero entrar en detalles de esa maravillosa semana, en la cual hicimos planes para un futuro cercano.

Estando en Miami hablábamos todos los días por teléfono. Mi inglés había mejorado notablemente, aunque extrañaba sus hojas escritas..
Apenas dos semanas después me llamó angustiada; acababan de traer a su hijo de Brasil. Me dijo que lo había traído un médico psiquiatra porque no podía valerse por si mismo, había sufrido una gran depresión con un brote de esquizofrenia, que se negaba a cualquier tratamiento, que no quería hablar, estaba desesperada y no sabía bien que hacer.
Viajé de inmediato a N.Y.
Los encontré en un estado deplorable. Me presentó a RB su hijo, que apenas salió un instante de su mutismo. Empecé a hablar en portugués sobre Río, preguntándole dónde había vivido y diciéndole que yo había vivido varios años y que amaba ese país y esa ciudad.
Esta pareció despertarle de un letargo. Empezó a hablar, al principio desganado pero poco a poco nos fue contando con cierto entusiasmo, aunque con honda tristeza, las últimas vivencias - muy traumáticas -pero sin percatarse de ello, que le habían ocurrido.
Su mejor amigo, un músico y compositor americano enamorado de Brasil y su música, con quién compartía desde hacía tiempo su vida y su música, había muerto.
También había muerto su perrita, con 14 años que la acompañaba desde que había nacido y que había llevado a Brasil. ( Ya me había contado Edie antes de todos estos acontecimientos, que su hijo desde los 10 años tenía una perrita que adoraba y no se separaba nunca)
Esas dos muertes seguidas me desequilibraron- nos dijo- ya entre sollozos.

No hubo manera para que nos contase como había conocido al médico psiquiatra que lo trajo. Nos dijo que había llegado- no sabía como- a un hospital, donde estuvo, no sabía tampoco, cuánto tiempo ni qué tratamiento le hicieron.
Todo era muy confuso en su relato. Y no pudimos enterarnos qué había pasado después de esas fatídicas muertes.
Le propuse, para que tuviera una cierta obligación como terapia ocupacional, que me diera lecciones de conversación en inglés.
Aceptó a regañadientes, pero quedamos al fin para el día siguiente. Dijo que estaba muy cansado y fue a encerrarse en su habitación.
Cuando nos quedamos solos, propuse que tenía que hacerse un tratamiento, ya que él se negaba a ir a un consultorio, quizás al principio encubierto, con un profesional en psiquiatría, que podría venir a clases de conversación, como yo.
Había que buscar a la persona adecuada.
Ella me dijo que había consultado a un profesional que le había sugerido que sería conveniente mudarse a una población más chica, preferiblemente en el campo, donde pudiera salir a caminar sin el agobio de la gran ciudad, y un tratamiento urgente.


Supe que vivían en California. Mi vida también había dado un vuelco insospechado, volví a España, y allí me quedé con solamente los recuerdos que aquí te cuento.

No hay comentarios: